lunes, 31 de marzo de 2014

LOS MEJORES DE LA HISTORIA (I): ALEMANIA FEDERAL 1974

Bienvenidos a un nuevo serial que será publicado cada semana sobre los mejores equipos en la historia de los mundiales. Cada selección de las participantes en el Mundial tendrá su selección histórica, y será por orden alfabético, empezando por Alemania. En primera persona.


ANTECEDENTES: LA SEPARACIÓN DE LAS DOS ALEMANIAS
Llegábamos al Mundial que organizábamos con muchas dudas sociales y políticas. Nuestro querido país había sido dividido en dos tras la famosa Segunda Guerra Mundial que se había llevado a nuestros padres y abuelos a una guerra espantosa. A pesar de que sin duda la primera fue la que más horror nos dejó, esta última probablemente fue la que más disputa provocó entre nuestra gente. El establecimiento del Muro de Berlín indujo a la creación de dos países que en realidad se sentían como uno solo. Así, las ideas comunistas y capitalistas poseían su estado independiente. Justo un año antes de la competición la ONU nos reconoció como estados independientes: Federal (en la que yo habito) y Democrática. Además, el espionaje era usual en el país.

Pero hablemos de fútbol. Nuestra selección llegaba al Mundial pletórica en el sentido futbolístico. Tras vencer a la mejor Bélgica de la historia por 3-0 en la pasada Eurocopa de naciones de 1972. Era nuestra oportunidad de repetir el aclamado Milagro de Berna, cuando en 1954 vencimos a una toda poderosa Hungría en uno de los grandes momentos de nuestro país. En nuestra plantilla destacaba el gran Franz Beckenbauer. Estaba empezando su leyenda ahora mismo con el Bayern de Múnich, y se ganó un nombre marcándole ¡4 goles! a Inglaterra en el Mundial del 66. Era EL líbero.

En nuestra selección había muchos más jugadores que estaban sobresaliendo de sobremanera.  Nuestro portero era el mítico Sepp Maier, uno de los mejores porteros en la historia del Bayern. Pero sin duda lo que destacaba en nuestro equipo era la delantera. Con Uli Hoeness, Gerd Müller y Jürgen Grabowski. Una pasada. El primero era otro del Bayern: uno de los muchos jugadores del equipo bávaro que estaban en nuestro equipo. El segundo es posiblemente el mejor delantero de nuestra historia. Llego al Mundial ya siendo el máximo goleador en el conjunto de la selección alemana, aunque actualmente un tal Miroslav Klose está cerca de superarle. Y Jürgen Grabowski era un ejemplo claro de un “one-club man”, con uno de los más grandes Eintracht Frankfurt. Aunque Hoeness muchas veces actuaba más retrasado y daba entrada a Hölzenbein, otra leyenda del Eintracht.
Otros jugadores que también destacaban eran Günter Netzer (jugador conocido en vuestro país, pues jugó con el Real Madrid), Berti Vogts, Wolfgang Overath o un veterano ya Jupp Heynckes. Pero si a alguien este Mundial le cambiaría la vida sería a Jürgen Sparwasser.

FASE DE GRUPOS
Llegaba el sorteo de nuestro Mundial. Partíamos en el Bombo 1, por lo que evitábamos a equipos potentes como Holanda (el que sería nuestro rival en la final) o Italia. Había rivales a evitar, como Brasil (vigente campeona) o una Argentina que no era el rival de antaño, pero poseía bueno jugadores, como la promesa Mario Kempes. Pero si había un rival que provocaría controversia eran nuestros “compatriotas”: Alemania Demócatica. Justo un año después de la separación oficial, un cruce frente a nuestros vecinos sería extraño.
¿Y qué ocurrió al final? Pues sí. Nos tocó Alemania Democrática en la fase de grupos, junto a Chile y Australia, por lo que el morbo estaba servido. Y vaya si lo estaba. Además, en la última jornada, en la que nos podíamos jugar la clasificación. “¡Vaya tela! ¡Con todos los casos de espionaje este partido no iba a ayudar a la unificación!” Fue lo que pensábamos por la época.

Fue plácida nuestra fase de grupos. Llegábamos clasificados al partido. Nos costó ganar a Chile (1-0) pero fue fácil el partido frente a Australia (0-3). No les fue tan a gusto a nuestros vecinos. Aunque ganaron fácil a Australia por 2-0, se vieron en problemas contra los chilenos al empatar a 1 en Berlín.  Por lo que se llegaba al polémico partido con cosas en juego. No podíamos dejarnos ganar, pues además de que una derrota nos llevaría al segundo puesto, los jugadores podían ser objeto de castigos por el gobierno. Por lo tanto, nuestra selección tendría que salir a por todo.

Llegó el esperado 22 de junio de 1974. En Hamburgo, dos estilos diferentes nos enfrentábamos en un partido de fútbol que no era de fútbol: era de política. Muchos gobernantes de los dos países utilizaron el partido para hacer propaganda política, algo que a los aficionados de pie no nos gustó, ya que mucha gente tenía familia en el otro país. El día del partido no sabíamos que hacer.

El partido no fue el mejor. Partido aburrido, con pocas ocasiones y poco juego. Pero en el minuto 77 la vida de un hombre cambiaría marcando un gol que nadie quería marcar. Jürgen Sparwasser nos ponía por delante en un gol poco celebrado por aficionados y mucho por políticos federales. Así “acabó” el partido (1-0). “Acabó” porque después del partido explotaron campañas políticas aprovechándose de este gol, aunque nadie vio a Jürgen como un héroe. El jugador del Magdeburgo declaró más tarde que “si en mi lápida pusieran ‘Hamburgo, 1974’, todos sabrían quien yace debajo”.

A pesar de la derrota, nuestros contiguos pasaron a la fase final como segundos. Nosotros fuimos primeros, y pasamos a la fase final que por aquel entonces eran dos grupos, en los cuales los dos campeones de grupo pasaban a la gran final. Llegaban los partidos decisivos.

FASE FINAL
Fuimos encuadrados en un grupo muy asequible. Jugaríamos contra Polonia, Suecia y Yugoslavia. Polonia es otro de nuestros rivales históricos. Es de sobra conocido que las relaciones entre nosotros y los polacos jamás fueron buenas, sobre todo con lo ocurrido en las dos pasadas guerras mundiales, en las que nuestro desgraciado excanciller. Aunque pasaron 30 años, esas heridas todavía no se han cicatrizado. Su selección tal vez fuese por nivel la más fácil, porque las dos restantes eran selecciones muy poderosas por entonces.

La selección yugoslava parecía nuestro principal rival. La mayoría de sus futbolistas formaban parte del Estrella Roja, que tres años atrás llegaron a las semifinales de la Copa de Europa. Suecia tampoco sería fácil. A pesar de que no se habían clasificado para la anterior Eurocopa, era un equipo rocoso en el que destacaba Conny Torstensson, un destacado medio que jugaba para nuestro Bayern. Contra los suecos jugaríamos el segundo partido. Nuestro debut en esta fase fue contra Yugoslavia, mientras que los eternos rivales lo serían en el tercer y decisivo encuentro.

Yugoslavia no nos lo puso fácil. Marcamos relativamente pronto, en el minuto 39, pero nos tocó sufrir y no sentenciamos hasta el 82. Los balcánicos nos plantearon un partido muy suyo, muy físico y de aguantar. A pesar del buen papel que hicieron contra nosotros, saldrían de esta fase de grupos final sin ningún punto.

El próximo rival era Suecia. Venían de perder contra Polonia por lo que ganar este partido era crucial para sus aspiraciones, puesto que en caso de no obtener los dos puntos (por esa época una victoria otorgaba dos puntos) verían totalmente frustradas sus aspiraciones de meterse en la final o en el partido por el tercer puesto. El partido no empezó nada bien para nosotros y en cuando el marcador del Rheinstadion de Dusseldorf marcaba el minuto 24 los suecos se adelantaron con un gol de Erdström. Así fuimos al descanso. 0-1, y una sensación de acongojo general nos invadía. Una derrota era decir adiós muy probablemente al título.

Afortunadamente todo salió bien, pero costó. Overath primero y Bonhof después en tan solo dos minutos (51 y 52) nos pusieron por delante y la euforia era generalizada en Dusseldorf, pero solo duró un minuto, ya que Sandberg ponía el 2-2 en el 8 de la segunda parte. ¡Menudo partido! Luego el partido tuvo una fase en la que parecía que cualquiera podía marcar. Hasta que al fin marcamos y se volvió a desatar la locura.  Jürgen Grabowski, uno de los componentes de nuestra buena delantera, marcó al fin 23 minutos después del gol sueco, tras un gran recorte de Gerd Müller que rebotó hasta llegar a la leyenda del Eintracht. En ese momento sabíamos que el partido no se nos escapaba. Pero la tranquilidad absoluta no llegó hasta que, casi acabado en el campo, Müller provoca un penalti muy al borde del área que es protestado por los suecos. Hoeness marcó y ya sabíamos que estábamos a un partido de la gran final.

Polonia estaba haciendo un Mundial histórico. Si nos ganaba, estaba en la final. Empatados a puntos, la igualdad era máxima, aunque por suerte nosotros marcamos más goles en los partidos anteriores, por lo que en caso de empate en el partido nosotros seríamos los que jugasen la final. En el otro partido entre Suecia y Yugoslavia, ninguno podía llegar a la final, por lo que no teníamos que estar pendientes del resultado del otro partido.

Creo que será difícil ver alguna vez un campo más encharcado que en el que nuestra selección jugó. Con muchas dificultades se jugó un partido trabado, algo que no nos gustaba nada, pues teníamos más calidad que los polacos y teníamos que llevar el peso de partido, y así era mucho más fácil para Polonia. Tuvieron ellos las primeras ocasiones, pero el gran Sepp Maier ahí estaba, parándolo todo, aunque en un momento se nos paró el corazón tras  ver como un tiro de los Biało-czerwoni que no parecía peligro se le escurre de las manos a Sepp y se va por encima del travesaño. Acabó la primera parte con dominio de nuestros vecinos.

La segunda mitad fue completamente distinta. Tuvimos mejores ocasiones y en el 53 tuvimos la buena suerte de que nos pitaron un penalti a favor. Era la ocasión de dar un golpe en el partido a Polonia importante y dejar un poco de sufrir. Hoeness tiraría el penalti…….pero falló. Falló. Tomaszewski, el portero rival, adivinó la dirección de Oli. Aunque no lo tiró muy bien, todo hay que decirlo. Por lo que nos tocaba aguantar los 37 minutos restantes hasta el final del encuentro.

Sin embargo, cuando peor lo pasábamos porque veíamos real la posibilidad de quedar eliminados de nuestro mundial, en un despiste defensivo un balón largo es bajado por el madridista Gunter Netzer, llegando a Gerd Müller. Entonces, se para el tiempo y el Torpedo perforó el submarino. Gol. Se desató la euforia en Dusseldorf. Sabíamos que estábamos en la final del Mundial.  Que no se nos iba a escapar. Y así fue. Cero a uno en Frankfurt. Íbamos a Berlín. Polonia hizo el mejor Mundial de su historia y más tarde acabaría tercera, por lo que esta victoria tenía mérito.

Nuestro rival saldría del otro grupo con nuestros colindantes alemanes también, Brasil, Holanda y Argentina. El otro grupo era más complicado, y parecía que Brasil, por ser la vigente campeona y por plantilla, sería nuestro rival. Pero Cruyff es mucho Cruyff. A pesar de que no he hablado mucho de él, hizo un Mundial espectacular y se metió en la final contra nosotros sin haber perdido un solo partido. Relegaba a Brasil a la lucha por el tercer puesto.

LA GRAN FINAL
Holanda era un rival durísimo. Probablemente, tenían al mejor jugador del mundo, Johan Cruyff, que en el Barcelona de vuestro país venía de proclamarse campeón de liga. Inventaron el fútbol total. Jamás habíamos visto en toda la historia un fútbol tan vistoso y tan alegre. Teníamos miedo. Aparte de Cruyff, era una selección dominaba por jugadores de Ajax y Feyenoord, lo que daba aún más respeto. El Ajax era uno de los mejores equipos de la época, y de hecho se proclamó campeón de Europa en el 73, y también conquistó la Internacional.

El Feyenoord tampoco se quedaba atrás. Ese mismo año conquistó la Copa de la UEFA, y era usual que peleara la liga con el Ajax. El equipo de Rotterdam conquistó ese año la liga, y llevaba a siete futbolistas a la Oranje. El Ajax, por su parte, uno menos.

Queríamos repetir el milagro de Berna. La gente todavía recordaba aquel partido contra Hungría que cambió nuestra historia para siempre. Era nuestro único logro intercontinental hasta entonces, por lo que ganar esta final significaría convertirnos en la segunda selección europea en conquistar dos veces la Copa del Mundo, algo que solo los italianos habían logrado. No obstante, también nos acordábamos del mazazo que supuso perder la final de 66, y más con lo que hubiese supuesto ganar en suelo inglés lo que no pudo ganar nuestro ejército con las armas en las mencionadísimas guerras mundiales.

El partido llegó al fin. Con muchos nervios llegaba la ansiada final de Múnich. En frente, los tulipanes buscando su primer título. Nuestra selección salía con el siguiente once, que a la postre sería histórico: Maier; Breitner, Beckenbauer, Schwarzenbeck, Vogts; Overath, Hoeness, Bonhof; Hölzenbei, Müller y Grabowski. Era difícil ver al Olympiastadion de Múnich con más gente; era el escenario de las grandes citas. Desde la grada, veíamos la Copa del Mundo y no nos lo podíamos creer. Salen los jugadores, y el reloj marca las 16.00. Comienza el partido.

Pero comienza mal. Muy mal. Cruyff hace una conducción asombrosa y a Schwarzenbeck no le queda otra que provocar un penalti. Llevábamos tan solo 2 minutos y ya se nos ponían las cosas en contra. Rezábamos y confiábamos que Meier, que tantas veces nos había salvado, ahora también lo haría. Sin embargo, Neeskens engañó a Sepp y lo tiró a la derecha, marcando el 1-0. Las caras en el estadio eran un poema. El famoso refrán de que “nadie es profeta en su tierra” merodeaba sobre nuestros pensamientos cual bomba. Sin embargo, confiábamos en nuestro equipo. Salimos de cosas peores y sabíamos que saldríamos de esta.

Esa tristeza se convirtió en agresividad cuando unos minutos más tarde Torpedo es derribado al borde del área por Rijsbergen. No pitó nada y más tarde Müller era agredido por el mismo jugador. Las protestas continuaban y nosotros estábamos indignadísimos. Indignadísimos. Pero también con miedo, un sentimiento que siempre aparece en estas finales. Pero aún más si tienes esta presión añadida de tener que ganar sí o sí.

Llegó el minuto 25. Beckenbauer saca el balón con una técnica asombrosa (como de costumbre) y el balón llega a Hoeness. Se pega una carrera increíble hasta el área y, justo en el momento de golpear, Ramón Barreto (el árbitro) señalaba, ahora sí, la pena máxima a nuestro favor, justo en un mal momento en el partido en el que parecía estar más cerca del lado naranja que del blanco.  Iba a ir Paul Breitner a lanzar el penalti. Eso nos daba mucha confianza, pues aparte de que fuese uno de nuestros jugadores clave era un especialista en penalti. Y, como no, marcó. Explosión de júbilo en Múnich.

Lo seguíamos pasando mal. Holanda tenía varios acercamientos peligrosos, y Cruyff nos paró el corazón a unos cuantos alemanes en varias ocasiones. Sin embargo, a las 17.32 llegaría la jugada que nos marcaría a una generación para la posteridad. Si a mi abuelo o, en menor medida, a mi padre le marcó la jugada del 3-2 con el gol de Helmut Rahn, esta jugada sería nuestra jugada para siempre.

Un recién incorporado Heinz Flohe (un futbolista que no era de los destacados de nuestro equipo y que jugaba en el Colonia) pegó una carrera por la banda con el esférico espectacular. Se va de Krol con una facilidad cochambrosa y tira un centro para el eterno Torpedo. Se le queda el balón atrás con el control, y chuta a portería. El balón entra. Gol. La felicidad convirtió, en aquel momento, a Alemania como una sola. Las dos Alemanias celebrábamos el gol de todos los alemanes. En aquel momento sabíamos que éramos campeones del mundo. Lo sabíamos de sobra. Y el árbitro pito el final. Pasamos a ser los mejores de la historia

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