Bienvenidos a
un nuevo serial que será publicado cada semana sobre los mejores equipos en la
historia de los mundiales. Cada selección de las participantes en el Mundial
tendrá su selección histórica, y será por orden alfabético, empezando por
Alemania. En primera persona.
ANTECEDENTES: LA SEPARACIÓN DE LAS DOS ALEMANIAS
Llegábamos al
Mundial que organizábamos con muchas dudas sociales y políticas. Nuestro
querido país había sido dividido en dos tras la famosa Segunda Guerra Mundial
que se había llevado a nuestros padres y abuelos a una guerra espantosa. A
pesar de que sin duda la primera fue la que más horror nos dejó, esta última
probablemente fue la que más disputa provocó entre nuestra gente. El establecimiento
del Muro de Berlín indujo a la creación de dos países que en realidad se
sentían como uno solo. Así, las ideas comunistas y capitalistas poseían su
estado independiente. Justo un año antes de la competición la ONU nos reconoció
como estados independientes: Federal (en la que yo habito) y Democrática.
Además, el espionaje era usual en el país.
Pero hablemos
de fútbol. Nuestra selección llegaba al Mundial pletórica en el sentido
futbolístico. Tras vencer a la mejor Bélgica de la historia por 3-0 en la
pasada Eurocopa de naciones de 1972. Era nuestra oportunidad de repetir el
aclamado Milagro de Berna, cuando en 1954 vencimos a una toda poderosa Hungría
en uno de los grandes momentos de nuestro país. En nuestra plantilla destacaba
el gran Franz Beckenbauer. Estaba empezando su leyenda ahora mismo con el
Bayern de Múnich, y se ganó un nombre marcándole ¡4 goles! a Inglaterra en el
Mundial del 66. Era EL líbero.
En nuestra
selección había muchos más jugadores que estaban sobresaliendo de
sobremanera. Nuestro portero era el
mítico Sepp Maier, uno de los mejores porteros en la historia del Bayern. Pero
sin duda lo que destacaba en nuestro equipo era la delantera. Con Uli Hoeness,
Gerd Müller y Jürgen Grabowski. Una pasada. El primero era otro del Bayern: uno
de los muchos jugadores del equipo bávaro que estaban en nuestro equipo. El
segundo es posiblemente el mejor delantero de nuestra historia. Llego al Mundial ya siendo el máximo goleador
en el conjunto de la selección alemana, aunque actualmente un tal Miroslav
Klose está cerca de superarle. Y Jürgen Grabowski era un ejemplo claro de un
“one-club man”, con uno de los más grandes Eintracht Frankfurt. Aunque Hoeness
muchas veces actuaba más retrasado y daba entrada a Hölzenbein, otra leyenda
del Eintracht.
Otros
jugadores que también destacaban eran Günter Netzer (jugador conocido en
vuestro país, pues jugó con el Real Madrid), Berti Vogts, Wolfgang Overath o un
veterano ya Jupp Heynckes. Pero si a alguien este Mundial le cambiaría la vida
sería a Jürgen Sparwasser.
FASE DE GRUPOS
Llegaba el
sorteo de nuestro Mundial. Partíamos en el Bombo 1, por lo que evitábamos a
equipos potentes como Holanda (el que sería nuestro rival en la final) o
Italia. Había rivales a evitar, como Brasil (vigente campeona) o una Argentina
que no era el rival de antaño, pero poseía bueno jugadores, como la promesa
Mario Kempes. Pero si había un rival que provocaría controversia eran nuestros
“compatriotas”: Alemania Demócatica. Justo un año después de la separación
oficial, un cruce frente a nuestros vecinos sería extraño.
¿Y qué ocurrió
al final? Pues sí. Nos tocó Alemania Democrática en la fase de grupos, junto a
Chile y Australia, por lo que el morbo estaba servido. Y vaya si lo estaba.
Además, en la última jornada, en la que nos podíamos jugar la clasificación. “¡Vaya tela! ¡Con todos los casos de
espionaje este partido no iba a ayudar a la unificación!” Fue lo que
pensábamos por la época.
Fue plácida
nuestra fase de grupos. Llegábamos clasificados al partido. Nos costó ganar a Chile
(1-0) pero fue fácil el partido frente a Australia (0-3). No les fue tan a
gusto a nuestros vecinos. Aunque ganaron fácil a Australia por 2-0, se vieron
en problemas contra los chilenos al empatar a 1 en Berlín. Por lo que se llegaba al polémico partido con
cosas en juego. No podíamos dejarnos ganar, pues además de que una derrota nos
llevaría al segundo puesto, los jugadores podían ser objeto de castigos por el
gobierno. Por lo tanto, nuestra selección tendría que salir a por todo.
Llegó el
esperado 22 de junio de 1974. En Hamburgo, dos estilos diferentes nos
enfrentábamos en un partido de fútbol que no era de fútbol: era de política.
Muchos gobernantes de los dos países utilizaron el partido para hacer
propaganda política, algo que a los aficionados de pie no nos gustó, ya que
mucha gente tenía familia en el otro país. El día del partido no sabíamos que
hacer.
El partido no
fue el mejor. Partido aburrido, con pocas ocasiones y poco juego. Pero en el
minuto 77 la vida de un hombre cambiaría marcando un gol que nadie quería
marcar. Jürgen Sparwasser nos ponía por delante en un gol poco celebrado por
aficionados y mucho por políticos federales. Así “acabó” el partido (1-0).
“Acabó” porque después del partido explotaron campañas políticas aprovechándose
de este gol, aunque nadie vio a Jürgen como un héroe. El jugador del Magdeburgo
declaró más tarde que “si en mi lápida
pusieran ‘Hamburgo, 1974’, todos sabrían quien yace debajo”.
A pesar de la
derrota, nuestros contiguos pasaron a la fase final como segundos. Nosotros
fuimos primeros, y pasamos a la fase final que por aquel entonces eran dos
grupos, en los cuales los dos campeones de grupo pasaban a la gran final.
Llegaban los partidos decisivos.
FASE FINAL
Fuimos
encuadrados en un grupo muy asequible. Jugaríamos contra Polonia, Suecia y
Yugoslavia. Polonia es otro de nuestros rivales históricos. Es de sobra
conocido que las relaciones entre nosotros y los polacos jamás fueron buenas,
sobre todo con lo ocurrido en las dos pasadas guerras mundiales, en las que
nuestro desgraciado excanciller. Aunque pasaron 30 años, esas heridas todavía
no se han cicatrizado. Su selección tal vez fuese por nivel la más fácil,
porque las dos restantes eran selecciones muy poderosas por entonces.
La selección
yugoslava parecía nuestro principal rival. La mayoría de sus futbolistas
formaban parte del Estrella Roja, que tres años atrás llegaron a las
semifinales de la Copa de Europa. Suecia tampoco sería fácil. A pesar de que no
se habían clasificado para la anterior Eurocopa, era un equipo rocoso en el que
destacaba Conny Torstensson, un destacado medio que jugaba para nuestro Bayern.
Contra los suecos jugaríamos el segundo partido. Nuestro debut en esta fase fue
contra Yugoslavia, mientras que los eternos rivales lo serían en el tercer y
decisivo encuentro.
Yugoslavia no
nos lo puso fácil. Marcamos relativamente pronto, en el minuto 39, pero nos
tocó sufrir y no sentenciamos hasta el 82. Los balcánicos nos plantearon un
partido muy suyo, muy físico y de aguantar. A pesar del buen papel que hicieron
contra nosotros, saldrían de esta fase de grupos final sin ningún punto.
El próximo
rival era Suecia. Venían de perder contra Polonia por lo que ganar este partido
era crucial para sus aspiraciones, puesto que en caso de no obtener los dos
puntos (por esa época una victoria otorgaba dos puntos) verían totalmente
frustradas sus aspiraciones de meterse en la final o en el partido por el
tercer puesto. El partido no empezó nada bien para nosotros y en cuando el
marcador del Rheinstadion de Dusseldorf marcaba el minuto 24 los suecos se
adelantaron con un gol de Erdström. Así fuimos al descanso. 0-1, y una
sensación de acongojo general nos invadía. Una derrota era decir adiós muy
probablemente al título.
Afortunadamente
todo salió bien, pero costó. Overath primero y Bonhof después en tan solo dos
minutos (51 y 52) nos pusieron por delante y la euforia era generalizada en
Dusseldorf, pero solo duró un minuto, ya que Sandberg ponía el 2-2 en el 8 de
la segunda parte. ¡Menudo partido! Luego el partido tuvo una fase en la que
parecía que cualquiera podía marcar. Hasta que al fin marcamos y se volvió a
desatar la locura. Jürgen Grabowski, uno
de los componentes de nuestra buena delantera, marcó al fin 23 minutos después
del gol sueco, tras un gran recorte de Gerd Müller que rebotó hasta llegar a la
leyenda del Eintracht. En ese momento sabíamos que el partido no se nos
escapaba. Pero la tranquilidad absoluta no llegó hasta que, casi acabado en el
campo, Müller provoca un penalti muy al borde del área que es protestado por
los suecos. Hoeness marcó y ya sabíamos que estábamos a un partido de la gran
final.
Polonia estaba
haciendo un Mundial histórico. Si nos ganaba, estaba en la final. Empatados a
puntos, la igualdad era máxima, aunque por suerte nosotros marcamos más goles
en los partidos anteriores, por lo que en caso de empate en el partido nosotros
seríamos los que jugasen la final. En el otro partido entre Suecia y
Yugoslavia, ninguno podía llegar a la final, por lo que no teníamos que estar
pendientes del resultado del otro partido.
Creo que será
difícil ver alguna vez un campo más encharcado que en el que nuestra selección
jugó. Con muchas dificultades se jugó un partido trabado, algo que no nos
gustaba nada, pues teníamos más calidad que los polacos y teníamos que llevar
el peso de partido, y así era mucho más fácil para Polonia. Tuvieron ellos las
primeras ocasiones, pero el gran Sepp Maier ahí estaba, parándolo todo, aunque
en un momento se nos paró el corazón tras
ver como un tiro de los Biało-czerwoni
que no parecía peligro se le escurre de las manos a Sepp y se va por encima
del travesaño. Acabó la primera parte con dominio de nuestros vecinos.
La segunda
mitad fue completamente distinta. Tuvimos mejores ocasiones y en el 53 tuvimos
la buena suerte de que nos pitaron un penalti a favor. Era la ocasión de dar un
golpe en el partido a Polonia importante y dejar un poco de sufrir. Hoeness
tiraría el penalti…….pero falló. Falló. Tomaszewski, el portero rival, adivinó
la dirección de Oli. Aunque no lo tiró muy bien, todo hay que decirlo. Por lo
que nos tocaba aguantar los 37 minutos restantes hasta el final del encuentro.
Sin embargo,
cuando peor lo pasábamos porque veíamos real la posibilidad de quedar
eliminados de nuestro mundial, en un despiste defensivo un balón largo es
bajado por el madridista Gunter Netzer, llegando a Gerd Müller. Entonces, se
para el tiempo y el Torpedo perforó el submarino. Gol. Se desató la euforia en
Dusseldorf. Sabíamos que estábamos en la final del Mundial. Que no se nos iba a escapar. Y así fue. Cero
a uno en Frankfurt. Íbamos a Berlín. Polonia hizo el mejor Mundial de su
historia y más tarde acabaría tercera, por lo que esta victoria tenía mérito.
Nuestro rival
saldría del otro grupo con nuestros colindantes alemanes también, Brasil,
Holanda y Argentina. El otro grupo era más complicado, y parecía que Brasil,
por ser la vigente campeona y por plantilla, sería nuestro rival. Pero Cruyff
es mucho Cruyff. A pesar de que no he hablado mucho de él, hizo un Mundial
espectacular y se metió en la final contra nosotros sin haber perdido un solo
partido. Relegaba a Brasil a la lucha por el tercer puesto.
LA GRAN FINAL
Holanda era un
rival durísimo. Probablemente, tenían al mejor jugador del mundo, Johan Cruyff,
que en el Barcelona de vuestro país venía de proclamarse campeón de liga.
Inventaron el fútbol total. Jamás
habíamos visto en toda la historia un fútbol tan vistoso y tan alegre. Teníamos
miedo. Aparte de Cruyff, era una selección dominaba por jugadores de Ajax y
Feyenoord, lo que daba aún más respeto. El Ajax era uno de los mejores equipos
de la época, y de hecho se proclamó campeón de Europa en el 73, y también
conquistó la Internacional.
El Feyenoord
tampoco se quedaba atrás. Ese mismo año conquistó la Copa de la UEFA, y era
usual que peleara la liga con el Ajax. El equipo de Rotterdam conquistó ese año
la liga, y llevaba a siete futbolistas a la Oranje.
El Ajax, por su parte, uno menos.
Queríamos
repetir el milagro de Berna. La gente todavía recordaba aquel partido contra
Hungría que cambió nuestra historia para siempre. Era nuestro único logro
intercontinental hasta entonces, por lo que ganar esta final significaría
convertirnos en la segunda selección europea en conquistar dos veces la Copa
del Mundo, algo que solo los italianos habían logrado. No obstante, también nos
acordábamos del mazazo que supuso perder la final de 66, y más con lo que
hubiese supuesto ganar en suelo inglés lo que no pudo ganar nuestro ejército
con las armas en las mencionadísimas guerras mundiales.
El partido
llegó al fin. Con muchos nervios llegaba la ansiada final de Múnich. En frente,
los tulipanes buscando su primer título. Nuestra selección salía con el
siguiente once, que a la postre sería histórico: Maier; Breitner, Beckenbauer, Schwarzenbeck, Vogts; Overath, Hoeness,
Bonhof; Hölzenbei, Müller y Grabowski. Era difícil ver al Olympiastadion de
Múnich con más gente; era el escenario de las grandes citas. Desde la grada,
veíamos la Copa del Mundo y no nos lo podíamos creer. Salen los jugadores, y el
reloj marca las 16.00. Comienza el partido.
Pero comienza
mal. Muy mal. Cruyff hace una conducción asombrosa y a Schwarzenbeck no le
queda otra que provocar un penalti. Llevábamos tan solo 2 minutos y ya se nos
ponían las cosas en contra. Rezábamos y confiábamos que Meier, que tantas veces
nos había salvado, ahora también lo haría. Sin embargo, Neeskens engañó a Sepp
y lo tiró a la derecha, marcando el 1-0. Las caras en el estadio eran un poema.
El famoso refrán de que “nadie es profeta en su tierra” merodeaba sobre
nuestros pensamientos cual bomba. Sin embargo, confiábamos en nuestro equipo.
Salimos de cosas peores y sabíamos que saldríamos de esta.
Esa tristeza
se convirtió en agresividad cuando unos minutos más tarde Torpedo es derribado
al borde del área por Rijsbergen. No pitó nada y más tarde Müller era agredido
por el mismo jugador. Las protestas continuaban y nosotros estábamos
indignadísimos. Indignadísimos. Pero también con miedo, un sentimiento que
siempre aparece en estas finales. Pero aún más si tienes esta presión añadida
de tener que ganar sí o sí.
Llegó el
minuto 25. Beckenbauer saca el balón con una técnica asombrosa (como de
costumbre) y el balón llega a Hoeness. Se pega una carrera increíble hasta el
área y, justo en el momento de golpear, Ramón Barreto (el árbitro) señalaba,
ahora sí, la pena máxima a nuestro favor, justo en un mal momento en el partido
en el que parecía estar más cerca del lado naranja que del blanco. Iba a ir Paul Breitner a lanzar el penalti.
Eso nos daba mucha confianza, pues aparte de que fuese uno de nuestros jugadores
clave era un especialista en penalti. Y, como no, marcó. Explosión de júbilo en
Múnich.
Lo seguíamos
pasando mal. Holanda tenía varios acercamientos peligrosos, y Cruyff nos paró
el corazón a unos cuantos alemanes en varias ocasiones. Sin embargo, a las
17.32 llegaría la jugada que nos marcaría a una generación para la posteridad.
Si a mi abuelo o, en menor medida, a mi padre le marcó la jugada del 3-2 con el
gol de Helmut Rahn, esta jugada sería nuestra jugada para siempre.
Un recién
incorporado Heinz Flohe (un futbolista que no era de los destacados de nuestro
equipo y que jugaba en el Colonia) pegó una carrera por la banda con el
esférico espectacular. Se va de Krol con una facilidad cochambrosa y tira un
centro para el eterno Torpedo. Se le queda el balón atrás con el control, y
chuta a portería. El balón entra. Gol. La felicidad convirtió, en aquel momento,
a Alemania como una sola. Las dos Alemanias celebrábamos el gol de todos los
alemanes. En aquel momento sabíamos que éramos campeones del mundo. Lo sabíamos
de sobra. Y el árbitro pito el final. Pasamos a ser los mejores de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario